sábado, 8 de agosto de 2009

Este es el original de mi artículo sobre los Hadzabe publicado en el Lonely Planet nº21 pag149



Hadzabe: Los últimos cazadores de la sabana.
Por Javier Marcos.


Cae la tarde en los montes Kidero, ignota región de colinas agostadas y sabanas polvorientas que bordean el lago Eyasi, al noroeste de Tanzania. Mi vehículo todoterreno traqueteaba quejumbroso por la maltrecha pista de tierra y roca que se asemejaba más a un cauce reseco que a un camino transitable. Era el módico precio a pagar por la magia de un viaje a la prehistoria, por conocer a los hadzabe, uno de los últimos pueblos de África que todavía perviven exclusivamente de la caza y recolección de frutos silvestres. Y es precisamente su condición depredadora lo que conforma su vida nómada y la parquedad arquitectónica de sus viviendas temporales, un amasijo de ramas entrecruzadas con un escueto interior donde acurrucarse sobre una piel de antílope. Ésto, unido a su estatura reducida, llevó a los antiguos colonizadores británicos a apodarlos como los “Bushmen”, los hombres arbusto, denominación que ha llevado a confundirles con los bosquimanos del Kalahari. Durante la época de lluvias los hadzabe se cobijan en cuevas, lo mismo que hicieran otrora nuestros antepasados paleolíticos. En cuanto a su indumentaria, los hombres hadzabe van provistos de un ligero taparrabos de piel de antílope o un pantalón corto, mientras que las mujeres se cubren con túnicas de brillante cromatismo. Una diadema de abalorios suele ser el tocado distintivo del jefe y su esposa. Ambos sexos reparten sus labores cotidianas; las mujeres se encargan del cuidado de los niños y de la recolección de frutos y tubérculos silvestres, mientras los hombres se ocupan de la defensa de la tribu y la caza, la cual realizan provistos de arcos y flechas que a veces envenenan con la sabia del arbusto “panjupe”. Las flechas están ornamentadas con dibujos esquemáticos y sus puntas de piedra, hoy han sido sustituidas por el metal que consiguen en los mercadillos ambulantes de las aldeas próximas a las que bajan esporádicamente para mercadear. Las partidas de caza comienzan con el ceremonial matutino de la inhalación de marihuana, la cual fuman hombres y adolescentes masculinos en una pipa que no es más que un simple cuenco de madera que van pasándose de mano en mano reunidos en círculo junto a una hoguera. Los hombres y las mujeres se congregan siempre en grupos separados. La etnia hadzabe cuenta con unos dos mil individuos distribuidos en clanes distantes de unas veinte personas, repartidos por las extensas sabanas anexas al lago Eyasi, lo que impide la excesiva competencia de los clanes por la caza. La habilidad de estos hombres para rastrear las presas de las que se alimentan es notoria, sabiendo interpretar cada rastro y huella a la perfección, leyendo directamente de la madre naturaleza que les nutre como si de las páginas de un libro se tratara. Son presas habituales de los hadzabe los francolines, tórtolas, antílopes, monos como los babuinos o los velvets, e incluso roedores. Igualmente proverbial es su destreza para encender fuego haciendo girar una pértiga de madera sobre un listón de otra madera más blanda. Si la pieza cobrada durante la partida de caza es pequeña, como un francolín, será consumida “in situ“ por todos los cazadores que hayan participado en la cacería sin importar la autoría de la muerte. Los cazadores desplumarán y asarán la pieza en una fogata improvisada, no dejando tras sus pasos más restos que alguna pluma o el hueso fugado de las fauces de los diminutos y fieles perros que acompañan a estos hombres durante sus correrías cinegéticas. Si la pieza cobrada fuera mayor, será llevada al campamento y consumida por todos.


Una forma de vida en extinción.

El gobierno tanzano ha intentado en diversas ocasiones sedentarizar a los hadzabe que se resisten a abandonar su forma ancestral de vida. Una agencia de safaris de Emiratos Árabes planeaba comprar su tierra y convertirla en coto de caza, lo que supondría el final de su cultura. A consecuencia de las presiones recibidas por la opinión pública, el proyecto se detuvo. Sin embargo, la cultura hadzabe tiene los días contados si el gobierno tanzano no reconoce sus derechos de propiedad de las tierras donde viven.